No es sencillo adivinar lo que hay detrás de estas metáforas bucólicas, pero lo que alcanzo a reconocer es una mirada de lo cíclico: la tierra como principio y fin, como reposo; el cuerpo como tierra donde, incluso las aves, capaces de despegarse de su inflexible atracción, van a morir ahí; la tierra de la que nacen los árboles que dan frutos que caen en la tierra y que ésta absorbe.
Hablar de ciclos es hablar necesariamente del tiempo, que aparece aquí como un testigo mudo asociado a la hierba que crece, y esto me recuerda a una cita que hace Kieregaard, creo que de un pastor danés, lamentándose, con él, de no poder escuchar la hierba crecer. Esto sería, supongo, como estar en las entrañas mismas del tiempo, casi rozando lo extemporáneo. Tal vez eso sea también estar en las entrañas mismas de la tierra, ser fruto sin más.