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Gabriel Schutz.
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mayo 7, 2020 a las 5:43 pm #12867
Carlos Miguel Luna Zavala
ParticipanteLa ventana funciona como un lente hacia adentro. Es extraño que en este largo periodo de días en casa no nos detengamos más tiempo en las ventanas. Después de todo, son nuestra única conexión con el mundo exterior no digitalizado en un gran porcentaje del tiempo. Quizá tenga que ver con el frenesí y la implicación narcisista y laboral en las otras ventanas: las pantallas de las computadoras, los celulares y la televisión. Así que hoy la ventana del tercer piso de este edificio de departamentos está trabajando como un vehículo introspectivo, un túnel o portal que se proyecta hacia adentro y disipa, paradójicamente, la centralidad en el ego.
El paisaje es urbano, por supuesto, un barrio de clase media en la ciudad de Guadalajara con múltiples techos que acusan descuido y una estética de tinacos y tuberías, negras y grises. Plástico y asbesto. La vista se atora en los tejados antes de brincar hacia el fondo donde un cerro casi completamente comido por la mancha urbana y coronado con tres edificios idénticos se muestra señorial y apacible. El clima delicadamente frío de la mañana y el ejemplo de calma que da el cerro hacen que sienta una paz casi imposible en una ciudad agitante y agitada, y, además, en jueves. Mi vista sube el cerro y descansa en el cielo blanco. Las nubes son delgadas, pero brillan intensamente.
Entonces, sin anunciarlo, la vista ha girado, el circuito se ha completado y sin darme cuenta estoy montado sobre el lente que es la ventana y estoy viéndome desde el otro lado. Lo extraño es que, a pesar de estar del lado contrario, es como si la ventana fuera un corte de simetría o la superficie de un espejo y veo un montón de tejados y edificios descuidados y roídos por el tiempo con mi silueta como marca de agua enmarcando la escena. Veo autos estacionados, el silencio de las pocas calles visibles, porches y patios casi sin gente a la vista a excepción de alguien que ahora sale a tomar cuidado de un perro y sirve un poco de agua, pero inmediatamente desaparecen de nuevo en sus guaridas. La presencia de otros es efímera. Se siente una soledad que calma, hay árboles sin nombre que adornan las aceras y se mueven lentamente con un viento que es casi imperceptible. La participación de la silueta de mi cara en un paisaje que es externo a mis ojos es, por supuesto, un juego de reflejos; pero hace caer una idea pesada como piedra (y ahora mi ojos se detienen en una roca negra y maciza que adorna uno de los patios) en el pozo de mi mente: yo soy el paisaje.
Según recuerdo de aquella lectura, Douglas Harding llegó a esta revelación estando en el Himalaya. Mi experiencia es más vulgar, pero creo que no menos sustancial. Cuatro días visitando esta ventana y en el quinto caigo en cuenta que no estoy fuera de la ventana y el reflejo vano de mi máscara en el cristal me recuerda que mi cabeza no existe. Entonces en mi mente empiezo a caminar, pero de forma persistente porque en cada paso mi imagen queda sostenida como una enredadera invisible por las paredes, calles, pórticos, autos, las personas efímeras que cruzan la calle y, en el fondo, llego al horizonte, al cerro chato y épico y al cielo blanco y brillante y me transformo en el espacio. Entonces habito el paisaje como si estuviera proyectado desde adentro y hago las paces con la ventana, una lupa que mira para adentro.
mayo 8, 2020 a las 9:09 am #12870Gabriel Schutz
Superadministrador¡Claro, tú eres la ventana! Es maravilloso que hayas logrado llegar a esta conclusión de manera vívida. Ahora, ingeniero, poeta, examine las condiciones: ¿cómo fue que alcanzó esta experiencia desde su apartamento tapatío de clase media, sin necesidad de irse a los Himalayas? No digo que hayas tenido un satori, el golpe abrupto de iluminación al que apuesta el zen (lo de Harding fue sin duda uno), tú mismo eres prudente en este sentido, pero sea lo que sea que hayas tenido, sin duda es una experiencia significativa y por eso, creo, conviene examinar las condiciones.
Una condición fundamental, que tú misma sugieres, es la constancia: “cuatro días visitando esta ventana”. No hay profundidad sin constancia. La otra condición importante es que, al menos por lo que se deja ver a través de tu escritura (de esa ventana que es también tu escritura), no estás hablando de ti; tu yo aquí no está obstruyendo la descripción, sino que buscas representar de manera diáfana lo que se aparece a través de la ventana. Es interesante el hecho de que, a pesar de tener tú una prosa muy cuidadosa, muy rica, no se siente afectada, vanidosa, y es precisamente por esa claridad de la mirada y la prosa, por esa precisión para consignar lo que se aparece, esto es, por esa ausencia de un yo preocupado por hablar de sí mismo o demostrar sus talentos, que has podido devenir ventana, cristal, mundo. Es a esto a lo que te quiere llevar el zen: tú eres el mundo, pero porque tú no eres algo separado del mundo, algo sustancial y sólido que pueda surgir o mantenerse con independencia de todo lo demás. El yo sólo es un reflejo fantasmagórico en el cristal de la ventana que eres. Bravo.
mayo 9, 2020 a las 7:08 pm #12908Gabriel Schutz
SuperadministradorHola, Carlos Miguel. Me llegó la notificación de que posteaste una respuesta y puedo verla si me voy a tus posts, pero no aparece aquí, no sé por qué. Transcribo aquí tu respuesta, para que no quede ausente, y te contesto brevemente más abajo:
TU POST:
“Gabriel, de nuevo gracias por la retroalimentación. Te reconozco de verdad la calidad de tus puntos de vista.
Antes que nada, gracias por el halago con lo de poeta, traje difícil de llenar. Lo de ingeniero, bueno, supongo que me lo he ganado por la insistencia.
Por supuesto, no soy ningún iluminado y el texto tiene mucho de floritura sobre todo al final. Lo que me entusiasmó fue cómo llegó el recuerdo de la idea estando frente a la ventana, sin ninguna intención previa de que esa idea marcara el hecho de estar frente al paisaje de la ventana. La lectura de Harding fue hace un par de años y recuerdo haber hecho los experimentos; pero, claro todos ellos intencionados y ya con la idea bien clara en mi mente de que la cabeza no existe.
Siento que fue similar a la experiencia que se tiene cuando logras resolver una ilusión óptica, hay una conexión entre una idea y la experiencia que hace caer algo, “caer el veinte” decimos en el norte. Eso era lo que trataba de describir en el tercer párrafo.
Sobre las condiciones, solo agregaría una más: no involucrarse en la historia del paisaje. En las primeras visitas lo que hacía era tratar de describir lo que pasaba a través de la ventana, pero como es una ventana muy aburrida porque no da una calle transitada, entonces pasé gran parte de esas visitas participando de la paz del escenario. Permitirse ser lo que se ve y nada más.
Saludos!”
MI RESPUESTA:
Me alegra que las cosas que te digo te resulten provechosas. Gracias por dejármelo saber.
Sin duda la condición que señalas de mantenerse en lo que se ve y nada más es fundamental. Yo traté de expresarla en el post anterior, quizá sin el énfasis debido, al hablar de la claridad de la mirada y la precisión para consignar lo que se aparece (debí agregar: tal como se aparece). Ahora bien, si comenzaras a fantasear a partir de lo que ves, eso también puede ser muy fecundo, puede llevarte a imaginar historias interesantes. La experiencia de la imaginación tiene su valor (en este caso, podría tenerlo incluso en sentido literario), simplemente es otra dirección.
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