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    Habla ella…

    Ni siquiera recuerdo haber dicho las palabras concretas ─ya no quiero vivir contigo─. Todo lo que quería era un descanso, despejarme. Respirar lejos de toda esa bruma que fuimos creando.

    Nos casamos muy jóvenes, y en mi mente acudía a eso como una especie de excusa. Si algo no funcionaba entre nosotros, me decía a mi misma: ‘está bien, nos casamos muy jóvenes’ y sentía la juventud llena de posibilidades; pero con el tiempo he venido sintiendo la carga de la edad y me asusta. Ya no ver la alegría en mis ojos de antes. Hasta su mamá se lo dijo una vez y él me lo contó; no lo tomé a mal porque yo misma lo he notado.

    Es fácil poner la culpa de su lado. Es obsesivo, se adentra demasiado en sus temas y me he sentido echada a un lado como un adorno. A mí me gusta abrazarlo, apapacharlo, darle cariño, darle placer. Yo veo el placer como una actividad de entrega, una forma de complementar al otro y de divertirse también. Así le decimos ¿no? Hacer el amor. Siempre me ha gustado esa expresión: actuar el amor, materializarlo, ejercerlo. Él se retrae, le cuesta divertirse, su cabeza no lo deja en paz y me he sentido despreciada. No sé, la verdad, él dice que es su maestría lo que lo tiene así. Hemos dejado a nuestras familias y amigos a mil kilómetros de aquí y no he encontrado trabajo, no he bailado en meses. ¡Hasta dejé a mi Banyo en Hermosillo! Pobre perrito, hay una entrega desinteresada en las mascotas que nunca podremos comprender.

    Han sido días oscuros para mí, nada que ver con aquella emoción que sentí al irme a vivir una aventura, lejos de casa, con mí persona favorita. Estar aquí sola en el departamento, sin ni siquiera el Banyo para acostarse a mi lado y hacerme compañía. Me paso los días tratando de ubicarme en esta ciudad que me parece gigante y luego vuelvo a un departamento vacío. Me he entretenido llenándolo con muebles, y él llega siempre con los problemas de sus clases todavía en la mente. Cuando él dice que ya va a parar, como esa Semana Santa en Vallarta, yo no lo veo relajado. ¿Por qué no se puede relajar?

    Supongo que yo soy más fuerte mentalmente, no me asusta quedarme sin dinero o que cuestionen mi forma de trabajar, siempre y cuando a mí me guste lo que hago yo puedo fluir. Siento una red de seguridad en nuestras familias, y además, se vive en el momento. Traer el futuro (o el pasado) en la mente siempre será una receta para hundirse emocionalmente.

    Así que me fui, la verdad no fue una plática de lo más fluida. Tenemos problemas para comunicarnos. Él explotó, se puso muy molesto y gritó mucho; no sabe cómo manejar sus emociones y todo se le agolpa. Creo que necesito extrañarlo, recordar mis motivos y recuperar la ilusión.

    Habla él…

    Me lo dijo fuerte y claro ─ya no quiero vivir contigo─ y me molestó, me enojé. Para mí una relación es un esfuerzo al que te presentas cada día con la idea de hacer tu parte lo mejor posible y me decepciona mucho que ella se rinda y quiera irse. Claro, al final, nadie es dueño de nadie, con trabajo de uno mismo, y la decisión de quedarse en la vida de alguien es nada más eso, una voluntad.

    ¿Lo de casarnos? Bueno, en realidad fue una concesión de los dos a su mamá, ella estará de acuerdo. Igual siempre podemos decir que nos casamos jóvenes y nos servirá de excusa, ella misma me lo ha dicho en algunas de nuestras discusiones.

    Quizá el hecho de irnos de Hermosillo a vivir a Guadalajara haya generado un espejismo de desprendimiento, de alejamiento de las presiones; pero ha sido justo lo contrario y, debo ser honesto, el trabajo que ha implicado la maestría me ha costado más de lo que esperaba. Siento que he estado subiendo una rampa muy inclinada cada día y hay días en los que me resbalo y caigo y me cuesta recuperarme. En cambio a ella todo le parece muy fácil, como si no hubiera que proyectar al futuro nada, nunca. Como si todo fuera a caer de las ramas de los árboles. En realidad la transición fue exigente y había que poner energías para cimentar correctamente lo que sea que estuviéramos (¿o estamos?) construyendo.

    Creo que en los dos está el recuerdo de la primera parte de nuestro noviazgo y nos gusta aferrarnos a esa idea: al idilio de la universidad, la ligereza de los amigos, las escapadas al mar los fines de semana (bendito Mar de Cortez). Éramos como polos encontrados de dos imanes, nuestros cuerpos, también nuestras ideas, hicieron una chispa hermosa. Después, se acabó la universidad y empecé esa vida de esclavo moderno con la que nos prometen que haremos algo de dinero para ser felices. Aún en nuestra etapa de novios, tuve que probar el ácido del estrés en una planta de producción, horarios estrictos, turnos de noche, la exigencia de demostrar algo de valor en un ambiente competido. Ella empezó a alejarse. Se le apagó la emoción y nuestra relación parecía condenada a la deriva.

    Fue en aquel momento que llegó la idea de irse a Guadalajara para avivar la ilusión y darnos algo, sí, de dirección. Una vida nueva…

    No sé por qué, no puedo hablar claro con ella. Me gana la ira y se me ahogan las palabras. He tratado de ser más certero escribiendo lo que pienso. Eso me ha ayudado a mí; pero ella tiene un romanticismo con el hecho de escuchar las palabras correctas en el momento correcto, un vicio hollywoodense. Es como si sentarse a pensar fuera hacer trampa y no un esfuerzo por entendernos.

    Ahora me siento solo, el departamento es chico y se siente como una celda.

    #12979
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Muy buen trabajo, Carlos. Algo que encuentro especialmente interesante es que el punto de vista de ella aparece aquí quizá más “fuerte” que el de él, y eso implica un esfuerzo nada desdeñable por meterse en la piel del otro y comprender profundamente sus motivos, incluso cuando estos motivos puedan resultar contrarios a nuestros intereses más inmediatos. Claro, aquí hay perspectiva histórica, distancia. El gran desafío es lograr esa distancia de uno mismo, del ensimismamiento en las circunstancias y los motivos personales, incluso cuando no hay distancia histórica. En eso consiste precisamente la compasión, en el más alto sentido de la palabra (nada que ver con la “lástima”): en poder salirnos de nuestro estrecho punto de vista y preguntarnos con genuino interés, con una mirada curiosa, casi diría científica: ¿por qué el otro piensa como piensa, dice lo que dice, hace lo que hace? Quizá este desasimiento también sea una vía para hacer desaparecer la cabeza, para salirse de ella y percibir lo que sucede desde una perspectiva más amplia.

    #12985

    Nada fácil lograr ese alejamiento cuando las cosas están ocurriendo, gracias Gabriel por el consejo y tu retroalimentación. Te envío un saludo afectuoso.

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