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  • #16014
    Juan DavidJuan David
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    La Abuela
    Poseo de ella los recuerdos de mi niñez y la adolescencia temprana. No fueron buenos tiempos los que viví con ella, pues algunos aspectos de mi abuela me contrariaban en ese entonces. Hoy, desearía poder estar de nuevo con ella, para valorarla de manera más justa, y poder apreciarla.

    Ella vivía con nosotros, y nos acompañaba a mi hermana y a mí todas las tardes, luego de la escuela. Era nuestra Cuidadora y, muchas veces, única compañía. Era de tez morena, labios oscuros, con un pelo entre negro y blanco, llevado a su espalda con una sola trenza. Usaba su infaltable sombrero negro; y además vestía con falda, una camisa, un saco de lana, sus calcetines y sus zapatos sin cordones.

    Al pensar en ella llegan a mi mente sus ojos, de un tono como grisáceo, brillante. Hoy los pienso como un destello de vida, de luz. Creo que ella era una de esas personas cuya mirada trasluce una chispa de viveza que años de sufrimiento no lograron apagar. Mi papá me decía que a ella mi abuelo la golpeaba mucho, algo muy marcado en la vida campesina de mediados de siglo pasado. Su mirada era noble, limpia, como un paisaje despejado. Quizá son los ojos de la vejez, de toda una vida que se narra en breves instantes y destellos.

    Mi abuela solía pasar sus tardes mirando por la ventana, muy atenta de lo que sucedía, de quiénes pasaban por la calle y qué llevaban. Y si ella veía algo importante, me lo iba a contar, o, en la noche, se lo decía a mi papá y mamá.

    ¿Por qué pasaba tanto tiempo, y ponía tanto ahínco en esa observación? Para el David de esa época, ello era ser chismoso y cansón (pues para qué saber eso, me preguntaba yo). Pero para el David de hoy, ese hábito es un misterio por reflexionar. Ella, ¿hacía eso por aburrimiento? No lo sé, pues no nos lo contaba con un ánimo decaído. ¿Suplía con ello algún “vacío”? es difícil saberlo, quizá imposible. ¿Era un hábito suyo? Posiblemente, pues en la vida rural la cotidianidad era la charla, el cuchicheo, el mirar montaña arriba y montaña abajo el trajín de la gente, y el encontrárselos mientras trabajaban.

    Ello era su vida social. Yo soy todo lo contrario: entre menos sepa de los y las demás, mejor. Pero me siento identificado con su observación, aunque a mí me pasa con el paisaje natural, no el urbano. ¿No es acaso curioso? Ella vivió prácticamente toda su vida en el ambiente rural, y en la ciudad colocaba su atención en la gente; mientras yo, nacido en la urbe, busco fascinado la naturaleza.

    ¿Será un volver a la raíz, como decía Basho?
    ¿Es la observación una búsqueda, un deseo, una añoranza?… Pero ¿de qué?

    Nunca lo había pensado… pero venir del campo a la ciudad es un desarraigo. Prácticamente implica en nosotros la necesidad de un segundo parto, de un reconocer otras realidades, otros mundos, otras relaciones; y, a la vez, el declive o muerte de otros. Quizá de haber dimensionado esto de niño, habría comprendido mejor su vida.

    En la ventana, ella a veces llamaba a vecinos o a otros abuelitos y les entregaba una bolsa de arroz, o un alimento. Otra interrogante para mí. De niño, juzgaba ese hábito como algo malo, porque era comida de y para nosotros. Mi papá la regañaba, y me contó que mi abuelo —al que nunca conocí— también la regañó por ello, pues regalaba lo producido en la finca.

    ¿Por qué regalaba alimentos? ¿para qué? ¿era una muestra de bondad? ¿un acto situado dentro de su fe católica? ¿había algún “vacío” que se llenaba con esa acción? o ¿era una costumbre?… Pero, en este caso, ¿qué subyace a una costumbre? Tal vez necesitamos ver bondad cuando la vida se ha teñido de adversidad, de represión, de sojuzgamiento. Quizá hay un sentido de existencia muy profundo en la entrega y el sacrificio hacia otros. Quizá hay ciertos actos que muestran nuestra alma desnuda y desinteresada y noble, y perdemos el tiempo tratando de buscarle una explicación racional…

    En el brindarle alimentos a ancianos y vecinos, me siento en des-identificación y en identificación. Es decir, por un lado, yo mismo me sorprendo muchas veces siendo reservado con mis cosas, evitando prestarlas si es posible. En este aspecto, soy diferente a ella, pero me acerco más a mi abuelo y a mi papá. Tal vez es una herencia de proteger lo nuestro. Pero me identifico con mi abuela en el dar-cosas: aunque, no en brindar algo, sino en el sentir que algo debe hacerse, ser realizado. Es como un deseo que puja, azuza, late. ¿Quizá ella esperaba o añoraba algo? ¿qué espero o añoro yo, acaso? De ser plausible esta conjetura, me pregunto, ¿puede haber relación entre nuestras esperas?…

    Un hábito que tenía mi abuela era escupir en el piso (en ese momento no tenía baldosas, sino una delgada capa roja que se limpiaba con cera de piso). Y luego pisaba y borraba el escupitajo. Aún recuerdo cuánto me amargaba el sonido del escupitajo y el ruido del zapato yendo y viniendo. Me daba asco. Y mientras reflexiono en qué puede estar tras esa acción, viene a mi mente que, siendo ella campesina, tal vez el piso de su antigua casa no era tan trascendental, y que un poco de saliva finalmente se borra y ya. Su hogar era toda la finca, no cuatro paredes y un piso. Tal vez ella tenía su propia escala de cosas importantes e insustanciales.

    Yo hoy me sorprendo escupiendo en la terraza o en la calle mientras camino. A veces siento un remanente de mis antepasados allí, aunque me cueste explicarlo. ¿Será una mera acción, mientras mi mente divaga? ¿será una marca en el suelo, un testimonio… pero de qué? ¿quizá un símbolo de nuestro efímero paso por la tierra? Tal vez es mi manera de recordarla, de no dejar que desaparezca, de manifestarle lo que hubiera dado por re-conocerla desde mi presente…

    La vida es apenas un susurro, del que vamos dejando estelas en el polvo…

    #16018
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Muy hermoso el retrato de tu abuela, sobre todo porque lo que supuestamente te contrariaba de ella, o bien queda en silencio, para dar paso a la descripción de sus ojos vivaces, o bien, si es lo que sigue, su hábito de mirar por la ventana (que me hizo recordar a tu propio ejercicio de hacerlo, a tus reservas con el solo hecho de estar ahí mirando), su costumbre de regalar cosas producidas en la finca o de escupir, se desarrolla como a través de un halo de misterio y, casi diría, admiración. Lo que me deja la semblanza de tu abuela, aunque no esté dicho, y por eso es más poderoso tal vez (como decía Hemingway: lo más importante nunca se dice, su famosa teoría del iceberg), es que se trataba de una persona con una enorme autonomía, con un criterio propio, aun cuando fuera incomprendida, regañada y hasta golpeada. Me queda la imagen de una cierta rebeldía y una firmeza en sus convicciones: hay que dar, no de lo que sobra, sino de lo que uno tiene. Convencida de que la generosidad es una de las más altas expresiones humanas, no dudaba en hacerlo. Creo que la entiendo en ese aspecto. Y creo que en las muchas preguntas que te suscita este gran personaje, quizá tú te hayas acercado a ella de un modo distinto y la lleves ahora contigo, en tu piel y en tus huesos, con mayor comprensión, que es la raíz del amor. Ya no serán iguales los escupitajos, supongo. Muy bello texto, David, felicidades. Y gracias por responderme siempre a mis comentarios. Ya no comento yo nada, pero me alegra mucho que este intercambio sea fecundo para ti. Lo es, sin duda, para mí también. Leo pronto tu último trabajo. Entre tanto, un saludo afectuoso.

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