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Gabriel Schutz.
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septiembre 29, 2021 a las 1:41 am #15551
Omar
ParticipanteCierto es que nunca he sido una persona particularmente interesada por sus ancestros. Ya desde que tenía 11 años comencé a desprenderme de mi familia, dada la tremenda disfuncionalidad que se manifestaba en mi casa. A esa edad, lo recuerdo con claridad, me dije que no podría sobrevivir si seguía sintiendo amor por mi madre o mi padre: eso seguramente me mataría. A los 13, ya decía abiertamente que no los amaba y cuestionaba con dureza la idea de que tuviéramos que condenarnos a vivir por siempre atados a aquellos que llamamos “familia” por el simple hecho de tener la misma sangre. A los 14, mi rebeldía llegó al punto de que pasé algunas noches en la calle, durmiendo en banquetas o sobre carros, pues me di cuenta de que algunos, recién estacionados, mantenían el calor de sus motores.
Sí, la familia siempre me pareció y me sigue pareciendo una estructura social que quiere hacerse pasar por natural y, falazmente, por necesaria, debido a esa naturaleza. Pero ni una ni otra. Siempre me he encontrado más cerca de aquellos a los que he llamado amigos: la familia que se elige. Sin embargo, he de confesar que hay al menos un ancestro en mi familia, paterna para ser exacto, con el que siempre sentí una fuerte conexión. ¿Su nombre? Lo olvidé a favor del apodo con el que fue conocido en su época… “El charro negro”.
El charro negro era un hombre alto, tan alto como yo, de más de 1:80, joven, parece, murió a los 25 años de edad, valiente, hábil con las armas de fuego y los caballos, fuerte, astuto, ¡aguerrido! Cuentan en mi familia que luchó junto con el general Pancho Villa, algunos incluso dicen que formó parte de sus famosos Dorados, y se ganó el apodo con el que lo recuerdo porque montaba un corcel negro y él mismo siempre, siempre vestía de negro, igual que yo. Esto último tal vez en contradicción con lo mencionado sobre el grupo de élite del legendario general. Tal vez simplemente estuvo cerca de ellos o tal vez en esos momentos abandonó su usual vestimenta.
Sea como sea, la historia relatada manifiesta que este hombre era obstinado y alguna vez fue retado a domar a un caballo que, tal parece, era más obstinado que él, o al menos más fuerte y grande. Al montarlo, el caballo lo derrotó y al caer se fracturó varios huesos, recibiendo varias heridas internas. Murió algunos días después. La única foto que tengo de él es en blanco y negro y pareciera ser un hombre enorme que al mismo tiempo tiene la cara de un niño, cargando un arma atemorizante, de un cañón extremadamente largo y vistiendo unas balas gordas como pulgares en en la cintura y el pecho, como hacían los combatientes en esos tiempos.
Nunca me he considerado un hombre violento, mucho menos de valores de macho, como muy probablemente él los tuvo, pero sí soy o era muy orgulloso. Cuando pienso en el Charro negro, siento que compartimos ese orgullo. Seguramente vestimos de negro con objetivos similares: primero, porque sí, nos gusta el negro, mucho. Pero también para diferenciarnos, para asustar, tal vez, para imponer, para hacer una declaración de “Hago lo que me gusta, no me importa si lo encuentras raro”. No, mamá, papá, no es una fase, me verás llegar a los 90 años y seguiré vistiendo igual… ¡tan sólo mírame! Mírame que soy un adulto con barba y bigote, con la espalda llena de las cicatrices que me ha dejado ya la vida y aquí sigo, vestido como “vampiro”.
Ah, la rebeldía. Caray, él se levantó en armas contra el gobierno de su época, ¿y cuántas veces no me habré metido yo en problemas por revelarme a la autoridad? A los 14 años, recuerdo, me colgué en el cuello una A circulada y me declaré anarquista, a los 22 me corrieron de mi trabajo por desobedecer órdenes y hablar de demandas y sindicatos y a los 28 tengo como objetivo contribuir a la educación de los revolucionarios del mañana. Encantado tomaría las armas, encantado comandaría ejércitos, si pudiera, si las circunstancias existieran. El sistema actual me produce una profunda cólera. Inconforme, eso soy. De mi familia, de mi país, de mi mundo, de mi especie, de la naturaleza misma de la existencia. También por eso soy filósofo, por inconforme, porque critiqué a Dios, a pesar de haber nacido en “cuna de oro” cristiana, porque critiqué los valores morales y políticos de mi familia, luego de mi escuela, luego de la sociedad entera, hasta que finalmente me convertí en un paria. Porque siempre he sido el raro y siempre me ha gustado ser el raro… la oveja negra, ¡y a mucha honra! Y todo esto por inconforme, sí, y por orgulloso.
Y luego, caigo del caballo. Recuerdo que la primera vez que me contaron la historia del Charro negro, sentí como si me brillaran los ojos. Estaba preparado para escuchar la historia de un legendario soldado revolucionario que llevó justicia con su plomo a decenas de enemigos de la libertad… Y la decepción que sentí al oír su patética, inútil, vana, absurda, vergonzosa muerte. Una vida entera tirada a la basura por ego. Porque alguien le dijo “¿Entonces eres una gallina, McFly?”. Y él no se pudo detener. ¿Y yo? Yo ya he caído de mi propio caballo y he muerto también, aunque sigo respirando, lo que dependiendo de cómo se vea es una ventaja o una auténtica tortura. Ojalá hubiera hecho caso antes de las lecciones de mi antepasado que odió la opresión y la injusticia, que amó la vida y la libertad pero que, además, se amó a sí mismo y se amó demasiado o, mejor dicho, se amó malamente. ¿Será que la sangre sí importa después de todo?
octubre 4, 2021 a las 10:49 am #15556Gabriel Schutz
SuperadministradorMe pareció un texto magnífico, no sólo por la calidad de la prosa, que en general es muy buena en tu escritura, sino por la manera como logras relacionar la vida y la muerte de tu ancestro con la tuya. Cuando leí lo del caballo, pensé de inmediato que preguntaría en mi respuesta cuál había sido TU caballo, pero tú mismo lo identificaste con toda claridad.
Ahora bien, ¿cuál es la raíz del orgullo? ¿En qué se fundamenta? ¿Es amor eso que llamamos amor propio? ¿Es una completa estupidez como sostenía Schopenhauer? ¿Es totalmente oportuno en ciertas circunstancias, pero sólo en ésas? Y de ser así, ¿en cuáles? ¿con qué fin?
Pregunto todo esto porque me recuerda a un antiguo debate entre peripatéticos y estoicos en torno a la cólera, emoción que mencionas y enfatizas aquí, y su utilidad. Las ofensas, por ejemplo, son disparadores de la cólera, pero para eso uno debe sentirse ofendido, es decir, herido en su orgullo. Una consecuencia lógica de esto es que, si no hay orgullo (lo que no quiere decir que no haya autoestima y sentido de lo que debe o no tolerarse), no hay herida.
“Orgullo herido”, ¿no es casi un pleonasmo? ¿Puede el orgullo no resultar herido (o eventualmente matarte)? Y en la situación contraria, en la que uno se siente orgulloso de sí, ¿orgulloso de qué? ¿Por qué? Si es por algo que se ha hecho cabalmente, con excelencia, entonces hay satisfacción, sin duda. Pero ¿es necesario que, además, el orgullo se inflame por eso? ¿Qué es, en todo caso, el orgullo? ¿Vanidad? ¿La ilusión de que eso me da identidad, me hace “ser alguien”? Y “ser alguien”, lo que quiera que esto signifique, ¿radica en el orgullo? Defender el orgullo: ¿de qué? ¿para qué? (Distinto es cuando decimos que nos sentimos orgullosos de otra persona, asunto del que no me ocuparé aquí).
No estoy tomando posición, aunque seguramente se deja sentir un sesgo. Con las preguntas anteriores no quiero decir que no tenga sentido poner límites enérgicamente cuando hay injusticias o abusos; cuestiono, en cambio, si hace falta el orgullo para hacer justicia y si es una base confiable para ejercerla.
Reitero que el texto me pareció excelente.
octubre 14, 2021 a las 1:20 am #15576Omar
ParticipanteQuería agradecerte tus observaciones positivas sobre la forma en la que escribo, no únicamente aquí sino en textos posteriores. En verdad, gracias.
Recuerdo bien el debate que mencionas, es uno, quizás, de mis debates favoritos de la antigüedad y, siendo totalmente honesto contigo, nunca he sabido de qué lado ponerme. Todas las preguntas que haces son muy relevantes y han estado rondando mi cabeza un buen rato. No puedo comentar mucho más que eso: las sigo reflexionando.
Por cierto, aprovechando que te escribo, el mismo día que puse esta tarea, puse también la de la semana siguiente porque la tenía atrasada, pero al momento me di cuenta de un pequeño error y di clic en “editar”, lo cambié y tras ello desapareció la entrada, ja, ja. Incluso después la volví a colgar pero sin éxito. No sé si tú la puedas ver en algún tipo de limbo del foro.
octubre 14, 2021 a las 9:33 am #15577Gabriel Schutz
SuperadministradorHola, Omar.
Gracias por tus comentarios, me alegra saber que las preguntas te han hecho eco.
También yo, el mismo día que respondí a este ejercicio, respondí al otro que colgaste; efectivamente, como dices, no estaba en el foro, o mejor dicho, había una entrada vacía. Pero tu texto me llegó por correo, entonces, lo que hice fue responder a él y transcribir tu texto al final de mi respuesta. Ha quedado en este rincón del limbo:
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