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Gabriel Schutz.
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enero 17, 2020 a las 4:07 pm #11831
azul7verde
ParticipantePrimavera
Desde siempre viví con los pies en más de una ciudad. Mi primavera fue entre la capital e Hidalgo; entre la tecnología de la urbe y en la milpa, con su tierra, flores, animales y sus camadas. Y como camada, los primos aprendimos jugando y crecimos compartiendo un pastel cada cumpleaños.
Me recuerdo desde siempre con la nariz metida en libros, revistas, cajas de cereales o cualquier cosa que pudiera leer, con un manojo de lápices de colores, con música antes de abrir los ojos por las mañanas. Recuerdo el olor a bosque.
Nuestra primera mudanza fue dentro de la capital. La segunda fue huyendo de un evento a mano armada, un tajo en la primavera: jungla, secundaria, mudanza de cuerpo, rechazo, primer acoso, pérdida de amistades, restricciones. Desde esa edad conocí la nostalgia, el hubiera, y soñaba con un pasado mejor, con un presente alternativo.
Aún así, tenía cada verano a mis primos. Nosotros llenos de tierra, nosotros empapados, tantas risas. Mi nariz seguía entre las páginas, y comencé a atesorar mi propia música.
Mudanza tres.
Preparatoria, amistades intensas, compañeros de aventuras, de risas, de conocer el mundo juntos, de aceptación, libertad y soporte.
De pronto, aparecieron los primeros destellos del verano, el “spring break”, el deseo, el alcohol, las fiestas, los bailes, la mayoría de edad.
Y justo un 21 de junio, en mi último año de primavera, llegó a mi vida mi primera pareja de viajes.
Verano
Los primos, los amigos, mi pareja, yo, continuamos conociendo el mundo de forma empírica: probar, tocar, intercambiar, sentir, desear. Seguíamos jugando, inocentes, indiferentes a las convenciones. Poco a poco el pueblo quedó chico, y vino el llamado de la urbe. La mudanza cuatro fue a la capital.
Quinta mudanza. Vida epicúrea. Entre literatura, música grandiosa, compartir, creatividad. La verdadera pérdida de inocencia fue mi primera ruptura: la fractura de las ilusiones de una complicidad que podía hacer frente a cualquier complicación, a cualquier caos.
Sexta mudanza. Sin soporte fui presa de problemas y trampas tendidas. Periodo de falta de sentido frente a la belleza, la risa, la armonía. Me sacaron a flote, a ratos, el resto de mis lazos, mis primos, recordar mi infancia, las amistades, la literatura, los proyectos, el intercambio. Y vino de nuevo el llamado, de partir lejos, de respirar, de comer el mundo.
Mudanzas siete, ocho y nueve. Quebec, Montreal. Literatura, lenguas, lazos de verano, compañeros de viaje, caminar sin rumbo, bajo la lluvia. Perderme, buscarme, encontrarme. Tanta música. Tanta vida. La cima del verano.
Diez. Aterrizar en la capital, enfrentar el vacío, la falta, saudades, encontrar nuevos grupos de risa, el baile, el trabajo, el trabajo, los proyectos, las letras, de nuevo la vida hedonista, conocer la bici —la estoica bici, la bici zen, vencer mi miedo bicicleta—, pero incorporar demasiado tarde (quizás) el estoicismo, y seguir cayendo en los problemas, recibir culpas, gritos. Otro viaje. Otra ruptura.
11 y 12. Francia. Sentirse muy lejos. Perder palabras en mi lengua por incorporar otras. Nuevos grupos, nuevas risas, ganas de viajar, aprender, morder las manzanas alrededor, seguir probando cosas por primera vez.
13 y 14. Demasiado tiempo en una trampa de migrantes. Almas perdidas. Racismo, misoginia y obstáculos sin palabras en mi lengua. Reglas, valores, convenciones inimaginables. Nuevas culpas, dolores.
Conocer la nieve,
el paréntesis nieve.La mudanza 15, al mar del norte de Francia, marcó el tiempo de reencontrarse. Reconocer el tiempo lejos de las páginas, de la lengua materna, de sus raíces. Volver al hogar que es el arte, el aprender, el movimiento. Seguir mordiendo los frutos del verano.
Otoño
Evidentemente más mudanzas sucedieron en estos años. Nuevos compañeros de viaje, nuevos destinos, nuevas experiencias inimaginables.
Donde eché raíces fue nuevamente en la familia, en los amigos preservados.
Otros veinte años en los que seguí conociendo, filtrando y acumulando música, libros, películas, arte urbano. Seguí maravillándome, como en primavera todavía, ante los fenómenos del mundo y, desde mi otoño, por la consciencia de haber ganado perspectiva, ojo crítico para ser menos fácil de engañar, sabiduría, capacidad de un deleite distinto. Seguí escribiendo, creando, mantuve el ciclo de aprender-enseñar, recibir-compartir. Mis refugios de los problemas externos, del caos del mundo, que vertiginosamente cambia.
Afortunadamente conocí a personas que en su otoño e invierno irradiaban fascinación, creatividad, que probaban, hacían el ridículo, libres de las ataduras de las convenciones, en una inocencia prolongada. Personas que me recordaron que uno no debe dejar de moverse para no perder la costumbre. Me enseñaron dónde se encuentra la belleza del paso de la edad, su riqueza, lo distinta a la belleza en la juventud. Me liberaron de preocupaciones y complejos innecesarios. Porté el cabello blanco como una bandera —esperando que el mensaje llegara a otras personas que lo necesitaran— y con orgullo de portar los genes de mi familia.
Invierno
El invierno fue el momento para aprender a perder: recuerdos, amistades, familiares, casas, países, palabras, salud, energía, batallas.
Entre primos nos disputábamos quién tenía la razón sobre los momentos vividos. Recordábamos a nuestros antepasados y jugábamos con las nuevas generaciones. Nos sorprendíamos del camino recorrido y de la esencia del infante que conservábamos, cada uno y en conjunto. Y seguíamos riendo cuando nos reuníamos, aunque no estuviéramos todos juntos.
Seguí caminando, pedaleando y viajando hasta que la salud y los huesos me lo permitieron.
Seguí analizando el caos del mundo, lo que cambió en otros 20 años, intercambiando opiniones con los amigos que perduraban. Seguí encontrando refugio, un oasis de orden y paz, en leer y escribir, aprender y enseñar, recibir y compartir. Mis colecciones de música, lecturas, historias, fotografías, proyectos y colaboraciones quedaron ordenadas en mi pequeño espacio de armonía.
Seguí hasta mi último día con la nariz metida entre las páginas, amaneciendo y durmiendo con música. Releí mis favoritos y me asombré al encontrar mis marcas, por quién era entonces, por todo lo que había cambiado, en mí, en los otros. Seguí contemplando por la ventana, la naturaleza, cómo las cosas comienzan y terminan. Cómo pasamos.
enero 18, 2020 a las 8:31 pm #11833Gabriel Schutz
SuperadministradorUna vida entera, vívida, palpitante, con allegros y adagios y larghetos, en muy pocas líneas: todo un mérito. Es interesante para mí observar que tu prosa de fraseos a menudo cortos, filosos, de indudable gusto por la enumeración o, más poéticamente, por el collage y el mosaico, en este ejercicio queda como anillo al dedo, porque permite, con una gran economía de recursos, dar este mural, o este retablo de cuatro partes, reglado por las mudanzas de espacio y de piel. Me parece interesante que hayas escrito todo en pasado, como si, verosímilmente, lo hubieras ya vivido. Quizá esto te parezca obvio, pero algunas personas no logran hacerlo y prefieren hablar en un lenguaje futuro e hipotético, describiendo cómo visualizan, pongamos, su invierno, sus últimos días, pero con el recaudo de explicitar que es una ejercicio imaginario. En ti, el futuro, o más bien, la futurización, se siente muy sólida. Esto no es un halago (tampoco importaría) ni una crítica, sólo es llamativo para mí. Y lo es, sobre todo, porque de un tiempo a esta parte aquella idea socrática, tan básica y tan difícil de incorporar en la carne, la idea de que no sabemos nada, ha comenzado a hacer mella en mí. Por supuesto, tengo fantasías sobre el futuro y, si me pidieran que las describiera, tal vez, no lo sé, lo haría con un tono fuerte y convencido, pero la verdad es que sólo veo opacidad. Algo que me ayuda mucho a no preocuparme excesivamente por el futuro es pensar que, si debo morir hoy, no ha estado mal. Preferiría, la verdad, no morir hoy, pero si sucede, me siento bastante satisfecho. Es, por cierto, un ejercicio estoico.
Pero digo todo esto porque, en tus primeros textos, me pareció sentir una profunda nostalgia del pasado, y estaban mucho más volcados a esa dimensión temporal. Esto me hace pensar: ¿será tu visión del futuro (escrita ahora en pasado) una especie de recuperación idílica del pasado? Da la impresión de que el arco de esta vida sigue, en parte, la estructura mítica (“el camino del héroe” de Joseph Campbell): el llamado a la aventura, la aventura lejos del hogar, el hallazgo y el regreso al hogar.
Me impresiona la madurez de ciertas observaciones sobre el futuro, especialmente una que es típicamente otoñal (y se deja ver, incluso, en la paleta de los colores otoñales): “capacidad de un deleite distinto”. Tal vez esto es de lo más distintivo de los que andamos en el otoño: los colores restallantes, eléctricos, ya no conmueven tanto, y los ocres, ciertos rojos tánicos, los amarillos, toda esa gama cromática revela, de golpe, una profundidad y una sutileza tremendamente gozosas.
¿Cómo titularías este texto? Creo que sería un buen ejercicio.
Me gustó mucho este cierre, esta vida llena de cromatismos, altibajos, momentos hermosos y momentos duros, hábilmente entretejidos. Tengo la clara sensación de haber estado ante un mosaico de piedritas de colores, de haber visto un cuadro casi de un vistazo. Es un efecto meritorio, teniendo en cuenta que la lengua, las palabras, están condenadas a la sucesión y carecen de la simultaneidad de las partes que ofrece una imagen.
Espero de todo corazón que el taller te haya sido provechoso, que lo hayas disfrutado.
Quisiera pedirte, por último, si puedes dejar un review sobre el curso. Apenas está comenzando, hay todavía pocas opiniones y le caería muy bien tener una más. Al final del plan de estudios se indica cómo hacerlo (es muy fácil). De todos modos, si tienes dudas, ya sabes, por aquí ando.
¡Muchas gracias por tus textos! Fue un gusto leerte.
enero 19, 2020 a las 3:07 pm #11834azul7verde
ParticipanteMuchas gracias por tus palabras, Gabriel.
En realidad, también veo opacidad cuando pienso en el futuro, incluso a un término más corto, de sólo unos cuantos años. Pero como en las instrucciones leí: “escribe sobre cada una de ellas como si la totalidad de tu vida se hubiese consumado”, decidí a forzarme a imaginarme desde este punto, como en el último segundo de vida, en lugar de relatarlo desde este presente. Esta parte la rehice varias veces porque el tiempo, incluso verbal, no venía. Fue un ejercicio muy interesante, que seguiré masticando.
Sí utilicé elementos de mi pasado para hablar de mi futuro porque es un ejercicio que hago regularmente: encontrar qué cosas se mantienen en todas las etapas de mi vida, desde mi infancia, a pesar de los cambios. Supongo que si llego a los 80 o más, seguiré haciéndolo. Pensé también en la circularidad de los ciclos de la vida, pero esto del camino del héroe lo noté gracias a tu comentario, y es maravilloso.
Un título… mmm… tendría que hacer homenaje a todo esto. Excelente pregunta. También la reflexionaré.
Y gracias por tus palabras sobre los collages. Me encantan.enero 19, 2020 a las 3:14 pm #11835Gabriel Schutz
SuperadministradorGracias a ti, Azul7verde. Es verdad que la consigna del trabajo alienta a escribir como si todo estuviera ya consumado, pero no todas las personas toman este reto a la letra. Me alegra muchísimo que los comentarios te hayan resultado provechosos. ¡Y gracias por tu review! Ya está publicado. Que estés bien, un abrazo a la distancia.
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