Hoy he aplicado la técnica de no angustiarme demasiado por las cosas. Quizás en parte esta preocupación excesiva por la visibilidad o la ausencia de respuestas a mis clases sea la proyección de otra cosa, más profunda, que refleja una inconformidad anterior a las formas en que he vivido, quizás me exijo demasiado a mi mismo. Debo pensar mejor en cómo me reconstruiré en la fe pedagógica en el momento que pueda ser posible cierto grado de presencialidad. He decidido, aparte de mis obligaciones de lectura, dedicar un tiempo a lecturas de gozo o de placer. Sentarme en el sillón y, aunque los ruidos externos no cesen, tratar de vivir con felicidad esos pequeños momentos.
En el asunto pedagógico no he asumido la indiferencia, pero sí, en cierta medida, dejar de luchar guerras sin sentido contra la pantalla.