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Gabriel Schutz.
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mayo 20, 2020 a las 7:17 pm #13051
María Lucía Moreno Sánchez
ParticipanteCarmen Raymundo nació en alguna casita de Tlacotalpan Veracruz hacia la primera década del siglo XX, lo sospecho pues en esa época no era habitual tramitar actas de nacimiento en el Registro Civil, se nacía y ya se estaba en la vida sin mayor trámite. Quién sabe qué día nació pero la celebrábamos el 16 de julio día de la virgen del Carmen y de cariño todos sus hijos la llamaban Carmenchu como dicen los jarochos a todas las que se llaman Carmen.
Hija de doña Panchita y un señor cuyo nombre nunca me comentó; lectora asidua del periódico Excélsior y buscadora incansable de la sección de Sociales, le encantaba la buena vida y ver a la gente que la disfrutaba.
En mi infancia me costaba entender por qué cada uno de sus hijos tenía un apellido diferente: Carlos Olmos, Gonzalo Sánchez, Valentín Arenas y Angeles Sánchez (mi mamá) pero no me afligía, yo reconocía a mis tíos y a mis primos por igual.
Me queda claro que yo era su nieta consentida, “Lucerito” siempre me llamó y todas las veces que la visité me trató bien en todo lo que para un niño significa “bien” es decir, podía hacer lo que yo quisiera en el orden que yo quisiera y sin regaños. Recuerdo bien su tocador, me dejaba explorar haciendo como que lo limpiaba, probaba sus labiales, podía refrescarme con agua de colonia Sanborns, o ponerme crema Teatrical que venía en una lata azul así como averiguar cuál era la magia del polvo Ponds; hasta me autorizaba yo a abrir esa caja roja de talco perfumado Maja mirurgia de aroma inconfundible.
Mi abuela era muy elegante y libre, le gustaba vivir la vida a su aire, podía proponerse visitar a su comadre en Veracruz, simplemente se iba sin escuchar las preocupaciones de sus hijos: luego decidía ir a cuidar la casa de una amiga de su comadre o también ir a visitar a una amiga de la amiga de su comadre, se iba y ya.
Luego decidía venir a México y sus hijos siempre le procuraron un espacio para que viviera a gusto.
La muerte del menor de sus hijos varones le afectó enormemente, la vi sufrir tanto que sospeché que el papá de ese hijo había sido su preferido. Nunca me habló de sus maridos y alguna vez cuando vi la ópera Carmen, sentí que mi abuela le hacía honor a ese nombre y a esa manera de ser mujer.
En noviembre de 2018 tuve una revelación colaborando con un grupo de maestras en el Puerto de Veracruz, hacíamos un recorrido por el malecón y escuché que alguien dijo: “Carmenchu espérame” y la maestra Carmen contestó: “Va Lucerito acá te espero”, ese diálogo para mi fue como si mi abuela me hablara pues con ella visité Veracruz por primera vez, ella fue quien me llevó a la playa sin que hubiera preocupación alguna por usar bloqueador solar, salvavidas ni sombrero, se trataba de gozar de las olas del mar y disfrutar la vida.
Estoy segura de que por vía materna y la influencia de mi abuela me llegó el gusto por el buen café, saborear la buena vida, la defensa de mi libertad para viajar y el cuidado amoroso a los niños, de ese amor que los deja ser, tomar decisiones y disfrutar.
Me han dado unas ganas grandes de ir a Tlacotalpan y platicar con mi abuela mirando al río y disfrutando de una copa de vino, tal vez eso me quiso decir cuando yo escuché: “Va Lucerito acá te espero”.mayo 23, 2020 a las 9:26 am #13067Gabriel Schutz
SuperadministradorLa escritura, cuando surge de una fuente veraz, como es el caso aquí, tiene la cualidad de manifestar una peculiar armonía entre «forma» y «fondo»; por eso me es difícil decir si el texto es entrañable o si la abuela Carmen es un personaje entrañable y, en verdad, ponerlo así es una tontería: el texto y la abuela son indistintamente entrañables. Quizá esto se deja ver con total elocuencia en la primera oración: «se nacía y ya se estaba en la vida sin mayor trámite», como si, desde su nacimiento, Carmen hubiera estado más allá de las formalidades. También aparece este espíritu libre, sugerido con picardía a través de los apellidos de sus hijos y en eso que dices al final, que habla de tiempos aparentemente menos enredados, sobre ir al mar sin necesidad de protecciones y recaudos. Qué importante tener un modelo con ese espíritu y qué enorme gracia haber sido esa Lucerito que pudo recibir la impresión de semejante libertad.
Es preciosa esa coincidencia entre Carmenchu y Lucerito en el Puerto de Veracruz. En términos de «estrategia literaria», yo lo hubiera reservado para el final, sin interpretar la respuesta de la maestra Carmen, dejando por última frase: «Va, Lucerito, acá te espero».
Un ejercicio que existe en la mayoría de las tradiciones fillosóficas y espirituales es mirar con los ojos del maestro, o bien, de alguna figura importante. Epicteto, el estoico, se pregunta: «¿Cómo hubiera resuelto esto Sócrates?». Quizá es una buena sugerencia considerar, cada tanto: «¿Cómo hubiera resuelto esto la abuela Carmenchu?»
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