- Este debate tiene 1 respuesta, 2 mensajes y ha sido actualizado por última vez el hace 2 años, 8 meses por
Gabriel Schutz.
-
AutorEntradas
-
julio 25, 2020 a las 7:42 pm #13999
Carolina Romero De Nova
ParticipanteEncuentro que no existe una razón para pensar que es imposible que este sea el último día de mi vida. En principio, experimento miedo, incertidumbre… repaso los escenarios en los que esto ocurriría y siento temor. Intento no engancharme con ello pero tampoco juzgar mi reacción. Dar el “paso atrás”.
Después, pienso que las cosas del mundo quedarán exactamente como las deje: los puentes, las casas, los árboles, el tráfico, la taza de café, mi cama… Nada cambiará significativamente. Salvo para quienes me aman, mi ausencia no modificará nada. Incluso ellos, más tarde o más temprano, se adaptarán. Lo pienso en el sentido de que en este preciso momento, miles de personas están perdiendo la vida. Ocurre todo el tiempo y el mundo sigue su curso. Pensar eso me hace, de algún modo, ajustarme a mi medida; es decir, no soy distinta de cualquier otro ser humano.
Reconozco entonces que desgasto tiempo de vida en nimiedades. Alimento emociones que, si hoy fuera mi último día, encontraría ridículas. Desperdicio tiempo atravesada por preocupaciones que serán hasta graciosas el día de mi muerte.
No me gustaría irme debiendo algún “te quiero” para quienes amo, pensar en eso me ayuda a ser -en los hechos- más amable y tolerante también. Tampoco quisiera morir pensando que dejé esforzarme en mi propio aprendizaje de vida. Esta reflexión me ha ayudado a no faltar a mi curso de meditación -al que me animé tomar también por este taller- no aplazar lecturas, y continuar con entusiasmo en mis juntas.
Bajo la luz de la posibilidad de mi muerte, también surge agradecimiento. Recorro mentalmente las circunstancias que tuvieron que darse, exactamente así como se dieron, para que yo viviera: mis padres, los padres de mis padres, los padres de ellos, y así hasta siempre. Basta con echar un vistazo a la mesa a la hora de la comida para pensar -por lo menos imaginariamente- todo lo que intervino para que cada alimento esté frente a mi. Sumado a la grata oportunidad de que hoy tengo salud física y puedo disfrutar el sabor de cada cosa que coma.
El hecho de saberme finita me hace sentir afortunada. Nací en una ciudad sin guerra. No ha habido un sólo día en que no coma porque no tenga qué. Tengo la fortuna de tener una familia, puede acceder a educación. Pude también conocer a personas entrañables que me han enseñado, básicamente, a vivir.
No sé si exista otro tipo de experiencia una vez que mi corazón se detenga. Desconozco si mi alma irá a algún otro lado, si reencarnará o sólo dejará de ser. No practico ninguna religión, pero cada día encuentro menos prejuicios en pensar en alguna Inteligencia superior a mí que hace que este mundo no se dirija fatalmente hacia la nada. Desconozco la verdad de ello, pero cuando pienso en la muerte y -sobre todo- en la de quienes amo, recurro casi instintivamente a esa incipiente confianza. Por lo menos hoy -desconozco cómo será mañana- no me preocupa tanto tener la razón, sino sentirme en paz.
julio 26, 2020 a las 5:45 pm #14002Gabriel Schutz
SuperadministradorEs un hermoso texto, Carolina, porque en él se despliega un muestrario de todo lo que puede generar una clara conciencia de la propia muerte (una vez que se atraviesan el miedo, la melancolía, etcétera): escala cósmica, gratitud, aprecio de lo que hay y de todas las condiciones que participaron en este haber, claridad acerca de qué es auténticamente importante y qué no, dejar ir cosas nimias, valorar ante todo el amor, atesorar las minucias que a menudo desatendemos, aprovechar el día. Todo esto está en tu texto, expresado con fuerza y belleza. Bravo.
Lo importante ahora es mantener esta conciencia viva, este delicado equilibrio donde aprender a morir es aprender a vivir.
Pd. Buenísimo lo del curso de meditación. Es una gran herramienta.
-
AutorEntradas
Debes estar registrado para responder a este debate. Login here