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    Hace poco la acabo de soñar; suelo soñarla seguido. Quizá quise identificarme en ella por ser un referente en mi vida, la perdida más fuerte que he afrontado. Mi abuela murió joven, a los 52 años y se lo que se de ella por ella misma y por uno que otro comentario a su muerte se comenta. Mi abuela era Tayde, y su sobre nombre “Luz” como la conocían algunos; quizá porque quería olvidarse de lo que María Tayde vivió en su niñez y juventud.

    Madre soltera de tres hijos, embarazada a los 15 años del primero; mi padre. Mujer trabajadora, persistente o como decimos en la familia “luchona” o como se dice ahora “empoderada” fuertemente golpeada desde niña por su padre; de familia pobre que no brindó oportunidades de educación. No terminó la primaria y aún con ello, escribía; su ortografía no era la mejor, pero tampoco la peor; combinaba la letra molde con la manuscrita, pero que buena firma tenía.

    Citadina, de barrio popular, donde los principios y la ética no eran los pilares fundamentales de la familia. Diez u once hermanos aproximadamente, ella la primera (como yo) y por tanto la que tuvo que entrarle desde pequeña a las responsabilidades laborales y de crianza.

    Dicen (de eso ella nunca habló) que cada uno de sus tres hijos eran de un padre distinto, no se sabe y tampoco nunca nadie de lo cuestionó y mucho menos reprochó. Su carácter fuerte era sin duda una de las principales razones, pero más; su entrega, su manera de luchar y entregarse por sus amados, le hicieron ganarse el respecto de quienes la rodeamos.

    Temple fuerte, pero sin duda un alma caritativa cada que podía. Daba hasta lo que no tenía; ella siempre comentaba que nada nos llevaríamos a la tumba, así que era mejor disfrutarlo en vida. Mujer altamente responsable en sus actividades, pero “chicharachera” cuando se podía, sabía disfrutar de las fiestas, aunque en muchas ocasiones terminara aquello en llanto y risas. Me gustaba observarla, había mucho dolor en su pecho, lo mitigaba; y lo canalizaba.

    La mirada hacía sus hijos y nietos eran la ventana con la luz encendida de un amor tan profundo que ha muchos años de su muerte los tengo vivos en la memoria. Muchas veces que dormíamos juntas, podría sentir su miedo, su angustia ante cualquier ruido, no era necesario me dijera nada porque yo podía percibirlo, olerlo. En muchas otras ocasiones su alegría y disfrute de la vida, era un deleite para mi vista. Tenía mucho dolor y yo lo sentía. Tenía mucho amor, y también lo sentía, tenía mucha fortaleza y la hice mía.

    Es más que evidente que mucho de lo que mamé de esa gran mujer se expresa en mi; el dolor y el miedo es algo que categóricamente he querido erradicar y que he ido trabajando para no repetir parte de la historia, aunque algunas cosas se repitieron sin yo haber podido evitarlo, eran las consecuencias de aquel ethos familiar tan desfragmentado, tan viciado y evidentemente reflejado en la figura masculina de mi padre que seguro tuvo sus luchas para no repetir también parte de la historia.

    Me quedó con varias cosas que la definían en las mañanas; el momento del día donde estaba siempre con todo su esplendor, cantando y chiflando siempre de la sala a la cocina antes de irse a trabajar; y su manera de bailar; que manera de deslizar los pies en un mambo, o su meneo de caderas y manos en una cumbia, que feliz se veía cuando lo hacía. Y no podría cerrar con el énfasis en que, pese a su historia de esas nada fáciles, logró girar el timón varios grados a nuevos rumbos; predicaba mucho valor, justicia y honestidad.

    #13392
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Me llama la atención, ante todo, la complejidad de Tayde, tu abuela, según la representas en tu texto. A menudo, cuando evocamos ciertas figuras, hay trazos más nítidos que van ocupando el espacio de la memoria progresivamente, y los otros, los trazos menos nítidos, o más ambiguos, a veces se ven totalmente desplazados, dando así un perfil más o menos claro, en el que destacan ciertas tendencias. Ese tipo de retratos, si son demasiado “tendenciosos” en un sentido, terminan por representar personajes planos: o demasiado virtuosos, o demasiado malvados, o demasiado avaros o demasiado obsesionados con algo, etcétera.

    En el retrato de tu abuela, todo eso queda anulado por completo: luchona, esforzada y, sin embargo, relajada en las mañanas, antes de salir, precisamente, a luchar; de carácter fuerte y al mismo tiempo miedosa, frágil, adolorida (aunque esto tiene una clara lógica, porque eso que llamamos caracteres fuertes, a menudo sólo son corazas que encubren heridas), seria, responsable y al mismo tiempo amante de la fiesta, y (dicen) madre de hijos de distintos padres; pobre y a la vez extremadamente liberal en materia de gastos y gustos; proveniente de una familia “donde los principios y la ética no eran los pilares fundamentales”, que sin embargo construyó su vida sobre la base del valor, la justicia y la honestidad. Está claro que ese giro de timón, del que hablas al final, en cierto modo engloba la complejidad de tu abuela y la enaltece, porque quizá una de sus mayores virtudes fue precisamente no reproducir lo que le tocó, sino ejercer su libre albedrío y hacer con eso, aun contra viento y marea, algo más alto. Se siente en tu texto la admiración y la inspiración que esta mujer tan llena de matices representa aún para ti.

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