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  • #15161
    Shakti González
    Participante

    Semana 3 editado

    Me desperté hace un par de horas, espero que el sol llegue a la jardinera de la ventana para poder poner el terrario de mis caracoles a secar después de su limpieza. Veo las nuevas ramitas que les puse siendo impactadas por la luz. Veo los mismos edificios, los mismos árboles, la misma toalla de bob esponja secándose en el baño del vecino. La vecina tocaya de mi mamá está corriendo, como es usual a esta hora, con su misma gorra negra y su pelo peinado hacia atrás.
    Esta vez no me concentro tanto en el exterior lejano como en la jardinera, viendo la tierra secarse y viendo cómo las gotas condensadas se pegan a las paredes de acrílico del terrario.
    Hay una pequeña manchita blanca caminando entre las piedras. Me acerco y me quito los lentes, emocionada, esperando que sea un colémbolo. No lo es, me pongo un poco triste. Llevo varios días queriendo volverlos a ver. Sus figuras diminutas tipo camarón saltando entre la tierra. Espero que dejar el terrario en la ventana lo vuelva a llevar de colémbolos, pues son excelentes limpiadores del excremento de caracol.
    Tomo distancia, miro de nuevo hacia la ventana, y aprecio los nuevos tonos de verde en el terrario siendo atravesados por la luz. Follaje miniatura. “Esto sí que es un terrario”, pienso con orgullo por haber logrado por fin una combinación más armoniosa de plantas de humedad. Quisiera poder ir a robarme más helechos de los vecinos, pero como andan encerrados siempre están al tiro y son chismosos. Además todo está seco ahora y los únicos helechos que hay son los que se cuidan de manera artificial dentro de los hogares.

    Ojalá pudiera haberlos como en el bosque de Tlalpan. Nunca olvidaré cuando encontramos una invasión de helechos. Cientos, erguidos, viéndonos, como suricatas. La cosa más tierna y maravillosa de la temporada de lluvias. Aunque bueno, incluso las más putrefactas y amenazantes plantas son las más maravillosas de la temporada de lluvias. Esto me hace recordar precisamente el hongo de excremento de caballo que encontramos ese mismo día. Era hermoso, delgado y un poco azul. Diminuto. Mi cosa favorita de mi cumpleaños es que siempre llueve.

    Cualquier pretexto es bueno para ver la mañana. En esa clasificación arbitraria de personalidades (una de tantas) me encuentro indudablemente del lado de “gente de la mañana”. Es cuando mi papá y yo estamos de buenas y aún no se ha despertado mi mamá, hechos sin duda relacionados. Es cuando los caracoles aún no se duermen y recogen las últimas gotas de rocío antes de refugiarse del sol. La mañana, o más precisamente la madrugada, es cuando las gatas me despiertan a maullidos para darles de comer. A veces honestamente me despiertan a golpes. Después de encargarme de todas las labores de limpieza y alimentación de todos los moluscos, felinos, isópodos, lombrices, plantas y fermentos de los que soy responsable, puedo alimentarme a mí misma. Desde esta hora se verá si será un día maníaco, con el don de la energía voluntariosa que a veces me es dada, o si será un día lento, de congestión mental y de la presión capitalista de tener que producir sobre mis hombros.
    Pienso en el arcano X, la rueda de la fortuna, y todas aquellas sincronicidades que me dirigieron hacia ella el año pasado.
    Recuerdo mucho las palabras de Mariana, quien siempre ha escuchado y escuchará de manera atenta absolutamente todas mis preocupaciones, que seguramente para ella parecerán juveniles, pero jamás he sentido un desbalance en nuestras conversaciones a pesar de nuestra diferencia de edad. Le comentaba de la imagen del barco en llamas; la familia y su trauma transgeneracional. El miedo a la traición, las lealtades inconscientes, y todos esos temas duros de roer. Ella me dijo “una quiere que la rueda se detenga para poder saltar dentro de ella, pero la rueda sigue girando, y aunque hay momentos claros para saltar, nunca son el momento óptimo que se anhela. Nunca vas a estar lista para saltar, al menos no como crees que deberías estar lista”. Desde ese día me siento más lista, y vaya que no he dejado de saltar.

    #15168
    Gabriel Schutz
    Superadministrador

    Cuántas vocaciones, es decir, cuántos llamados: vocación entomológica, zoológica, botánica, vocación de cuidadora y de hija, vocación de taróloga y de amiga. Este hermoso texto, delicioso a la lectura, pequeño sobre cosas pequeñas, es decir, fundamentales, parece restituir la unidad originaria entre la curiosidad científica, el asombro poético y el éxtasis religioso. Podríamos agregar, claro, una cierta virtud instrumental en lo que toca al cuidado y administración del terrario.

    En cuanto a la Rueda de la Fortuna, quizá no se trate de detenerla, sino de permanecer en el centro. ¿No sería éste el axis mundi?

    Una buena pregunta es si alcanzar el centro implica alguna clase de salto. Sin duda, parece ser el caso.

    Jung: ¿qué te sostiene cuando nada te sostiene? (He aquí un salto).

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