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azul7verde.
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diciembre 25, 2019 a las 10:31 pm #11810
azul7verde
ParticipanteHola, Gabriel. Perdona la tardanza, se atravesó la navidad. Aquí va la tercera:
1
Pienso en las ventanas que he “tenido” en el pasado. Con más de una docena de mudanzas, tres países y unas seis ciudades, tengo una colección de recuerdos a través de los diferentes cristales.
Esta ventana es más alta que yo, tiene un borde donde puedo colocar mi taza, botes para plumas y papelería y, en una esquina, un rosal que se aferra a sobrevivir a una temporada de sequía demasiado larga.
Hace una semana vi que no todas las ramas están secas. Hoy hay brotes y espinas tan superverdes que son casi traslúcidas. Hay también un botón de apenas unos milímetros, de color negro y bordes de un minúsculo aterciopelado color paja. No llegó a abrir. Se fue sin llegar a ser.
Veo la ventana con la planta. Veo a la planta ver la ventana.
Vemos las nubes que pasan y se van. Ésa parece al Ángel de la Independencia, que no es ángel, es la Victoria. Y se va. Pienso en la rotación de la Tierra, en el constante cambio, inicio, fin de las cosas. Qué ganas de saber tocar una guitarra.
Dos pájaros vienen a hacer una pausa en los cables. Examinan la calle, así como nosotras. Se van. Uno vuelve. Se va.
Vemos los jardines de los vecinos. En el borde de la ventana del 52, hay dos reflectores para las ruedas de bici ¿qué hacen ahí olvidados? Los del 50 tienen las flores favoritas de la madre de Andy. Pienso en Andy y cuando me lo dijo, en los callejoncitos donde vivía; habíamos ido por helados. Pienso en mi ventana de entonces: acostada en mi cama veía las ramas de un árbol del patio trasero. Mi árbol amigo. Me encanta que un árbol sea mi cortina, mi paisaje, quien toca por las mañanas al cristal para despertarme.
Por ahora estoy con mi rosal. Ver una vida no perdida que se esfuerza por sobrevivir el invierno.2
Esta noche no veo los reflectores para las bicis. Me pregunto cuál será la probabilidad de que escriba sobre un par de objetos y al día siguiente los vecinos los hayan recogido. Como como si supieran el contenido del texto y reaccionaran, y participaran.
Mis ventanas son espejos de la casa, así que apago las luces y escribo en penumbras. Distingo mi sombra reflejada. En este ángulo, el farol de la calle no me llega a la cara, un muro me protege, pero sí ilumina el rosal, sus ramas verdes y, ahora, anaranjadas.3
Ahí están los reflectores. Era una ausencia de luz. Pienso que su función depende de eso: luz. Si, en ese instante, un rayo hubiera atravesado el cielo, se hubieran vuelto visibles.
Llueve. Códigos morse en la ventana. Escritos temporalmente. -.-.-..– ¿Qué contará el cielo, las nubes, el ciclo del agua? ¿Qué ritmos y qué historias y qué fugas entretejen? ¿Historias de mar? ¿Del ir y venir de las gaviotas?4
Llovió. La huellas de gotas en la ventana son más redondas para ser Morse. Son más constelaciones.
La luz del farol recorre mis dedos mientras escribo. Anaranjado y gris azulado. Resalta mis venas.
En el borde de la ventana del 52 se refugia la gata pelirroja que vive a unas calles. Cuando nos vemos, viene enseguida a saludar y a intercambiar mimos. Abro la ventana y voltea a verme, veo que su boca me lanza un miau y yo la saludo de vuelta. Luego se levanta y se va entre los arbustos.5
Veo los tres reyes magos, el cinturón de Orión, la primera constelación que conocí, saliendo de casa de mis tías, ahí donde llegaban nuestras bolsas de chocolates los 6 de enero incluso cuando ya éramos “niños grandes”, donde vi los árboles de navidad más grandes, rodeados de juguetes, de vapores de tamales y ponche, donde pasamos posadas, piñatas y fines de año. No todos los años. Hoy no. Quizás el próximo.
Hoy los vapores son en los cristales de mis ventanas y en la chimenea del 52, que brotan horizontalmente, bajo la luz del farol.
Distingo una estrella demasiado brillante, parece un planeta, abro la ventana para verificar. Es Sirio. Recuerdo cómo me explotó la cabeza, a los 12 años, cuando supe que simbolizaba lo mismo para civilizaciones a kilómetros de distancia: el renacimiento, del Nilo, de tiempos fecundos. Aquí estoy, a kilómetros de casa, a unos días después del solsticio de invierno, de la Navidad de Huitzilopochtli, de Yule, de vuelta a los días más largos. Después de tantas mudanzas, cambios de habitaciones, de ventanas, de paisajes, climas, lenguas, aquí estamos, el rosal y yo, simplemente dejándonos hipnotizar por el brillo de Sirio.diciembre 28, 2019 a las 8:50 pm #11811Gabriel Schutz
SuperadministradorSiempre me deslumbra ver cómo un ejercicio tan simple, casi una excusa para escribir, es capaz de sacar tanto y tus textos lo reafirman. Encuentro la nostalgia de los textos anteriores, pero quizá más serena, en un tono más contemplativo aún. No sé bien qué es lo que me hace experimentar nostalgia, porque no es obvia, más allá de algunas menciones al pasado. Noto, sin embargo, que la ventana mira más hacia el pasado que hacia el presente o el futuro y ése es quizá un dato a tener en consideración. La presencia más fuerte es la de ese rosal, apenas reverdecido, que lucha por sobrevivir y hace que escribas en primera persona del plural, como si tú y él, ella (el rosal,las rosas por venir) se solidarizaran en algo, con algo, por algo.
Hay frases muy logradas: “Veo a la planta ver la ventana” (suena de lo más zen, aunque allí te preguntarían: ¿Quién ve la planta que ve la ventana?), “Qué ganas de saber tocar una guitarra” (el momento de esta frase es buenísimo, porque es algo totalmente ajeno y al mismo tiempo tiene total sentido allí), o las líneas sobre el árbol amigo, por citar sólo algunas.
Me encantó, también, la idea de que las gotas cifren un código, una lengua secreta o críptica, un poco como pensaban en el renacimiento, la teoría de las “signaturas” (Paracelso): todo es signo de todo. El ser humano es un microcosmos que refleja el macrocosmos del universo; conocerse es conocer el universo y conocer el universo es conocerse a sí. Y así como lo micro y lo macro son lo uno signo de lo otro, lo mismo con todas las cosas: aquel médico suizo del siglo XVI, al ver la forma de una nuez, no podía dejar de pensar que tenía que ser buen alimento para el cerebro, cuya forma se le parece tanto; y no se equivocaba. Esa idea está in nuce en tu tercer texto y es poderosa. Quizá la contemplación de Orión y Sirio sea también una contemplación de sí…
Por último, me queda de tu texto -ahora lo siento más claro-, quizá más que nostalgia, un dejo de soledad. Quiero pensar que la escritura y la ventana y todo lo que se puso en juego ahí, te hizo compañía esos cinco días. Tampoco tomes esto demasiado en serio, es sólo una impresión (bien podría ser una proyección mía y nada más).
Sigo por aquí.
enero 19, 2020 a las 3:59 pm #11839azul7verde
ParticipanteGracias por tus palabras, Gabriel.
Fíjate que el proceso de edición fue bien interesante. Para llegar a las 1000 palabras, hubo fragmentos que me dolió quitar, pero también mucha de la paja que se fue hizo posible que se armaran frases que de otra forma no habrían quedado en esa disposición. Es una muy buena proposición de ejercicio.
Gracias por el párrafo de lo micro y lo macro. Es maravilloso.
Y sí, sí me hizo compañía. Lo mejor es que ahora, cuando paso o estoy frente a la ventana, pienso en el ejercicio y veo lo que ha cambiado desde entonces. -
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